Harlow estaba obsesionado con el estudio del apego,
por lo que procedió a analizar las consecuencias de que éste no se llegara a establecer
en monos rhessus. Para estudiar este fenómeno, recluía a los sujetos dentro de
jaulas que estaban totalmente aisladas, denominadas “el abismo de la
desesperación”. En estas celdas los animales no recibían ningún tipo de
estimulación, ni sensorial ni social. Las jaulas estaban compuestas por una
caja con comida, un bebedero y un espejo unidireccional desde el que poder
observar las conductas de los sujetos, de modo que los monos nunca tenían
contacto con el exterior. Se les enjaulaba al poco de nacer y permanecían en el
interior de este dispositivo un tiempo variable: cuatro estuvieron 30 días,
otros cuatro estuvieron 6 meses, y otros estuvieron un año entero.
Los resultados mostraron que tras 30 días de
aislamiento total, los sujetos mostraban claras alteraciones comportamentales
(nerviosismo, confusión); y tras un año de aislamiento, presentaban cierta
catatonía, permaneciendo inmóviles en una esquina de la jaulas. Cuando se les
juntaba con el grupo control, estos monos no mostraban conductas exploraratorias,
eran agredidos por sus compañeros, y no mostraban interés en el sexo opuesto,
inhibiendo las conductas reproductivas. Dos de los sujetos experimentales
rehusaron la ingesta de cualquier tipo de alimento, llegando a morir de hambre.
Cuando comprobó que el aislamiento afectaba a la
conducta social, Harlow decidió analizar si estos efectos se podrían encontrar
en la interacción madre-cría. Para ello aisló a una serie de hembras, pero
todavía tenía que conseguir que quedaran embarazadas… y de aquellas la
reproducción artificial no era una disciplina especialmente desarrollada. Para
solventar esta problemática, nuestro protagonista se inventó un sistema llamado
“el potro de las violaciones” (vemos que Harlow no se andaba con rodeos), que
consistía en una mesa con correas en las que podía atar a las hembras en
posición de lordosis, de modo que facilitaba que los machos pudieran
fecundarlas, sin que existiera ninguna interacción social.
Harlow encontró que las hembras eran incapaces de
proporcionar cuidados a las crías, de hecho sólo les ofrecían un trato
despectivo y negligente. El mismo investigador señalaba,
“Jamás, ni en nuestros sueños más retorcidos,
pensamos que seríamos capaces de designar sustitutos que fueran tan crueles con
sus crías como las auténticas madres. La ausencia de experiencias sociales hace
que no sean capaces de interactuar socialmente con sus crías. Una de las madres
aplastó la cara de su cría contra el suelo y comenzó a comerle los pies y los
dedos. Otra machacó la cabeza de la cría. El resto, simplemente las ignoró”.
Estos experimentos mostraron que la necesidad de
contacto y protección es instintiva en las crías, siendo esta sensación de
afecto y seguridad más importante para las crías que el propio alimento.
Además, mostró los efectos del aislamiento, total o parcial, sobre el
desarrollo cognitivo-emocional de los monos, destacando que ninguno de los
sujetos experimentales mostró diferencias en el afrontamiento de esta situación
de aislamiento. Los monos más activos y extravertidos sufrían las mismas
consecuencias que otros, concluyendo que las características de personalidad de
los sujetos no suponían un factor de protección para los efectos de la
depresión (aislamiento, soledad).
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